"El goteo de derribos se convirtió en derrame en Penamoa, donde ayer cayeron otras siete de la veintena de chabolas que aún resistían en el poblado. Sus ocupantes habían sido notificados el viernes de que el juzgado había autorizado ya al Ayuntamiento a desmontar sus infraviviendas por ocupar suelo municipal. Por eso los más previsores, como María Jesús Silva, esperaban a la pala cafetera en mano y con todas sus pertenencias empaquetadas bajo una sábana. Advertía, eso sí, que aunque echaran abajo su chabola, no se iba a mover del lugar en el que ha vivido durante las tres últimas décadas.
«Tengo para quedarme aquí diez días, mientras espero a que me den la condicional a final de mes», aseguraba la mujer, que, pese a admitir que «sabemos que esto no es nuestro» apuntaba que «ya somos vecinos, nosotros llevamos 28 años aquí, porque nos trajo Paco Vázquez cuando nos echaron de Vioño».
Por eso, todas sus reivindicaciones pasaban por unas ayudas que, según ella, se le ofrecieron al resto de familias que abandonaron el poblado, pero no a ellos. «Llevan dos años llevándose a gente a pisos, ¿por qué les dan vivienda a unos y no a otros?».
Un argumento que ayer volvió a contestar la concejala de Servicios Sociales, Silvia Longueira, que, tras presenciar los derribos, concluyó que «las personas que han tenido que abandonar sus casas lo han hecho porque han querido». «El plan de integración ha estado abierto durante dos años para todos los vecinos de Penamoa que quisieron adherirse a él, pero ahora ya se les acabó el tiempo», zanjó para volver a ofrecer «todo el amparo de los servicios sociales».
Niños
Una protección que, aseguró, se extremará en el caso de los nueve niños que vivían en las chabolas desalojadas ayer. Sus casos están ya en manos del Servizo de Menores de la Xunta, que está estudiando su situación para asegurar que se escolarizan y viven en condiciones dignas.
Cuatro de esos niños son nietos de María Jesús, que ayer reconocía que «por miedo a que me los quitaran, hace quince días que no van a la escuela». Donde no había niños era en casa de Soledad. Su única preocupación era el estado de salud de su marido, que permanecía dentro conectado a una bombona de oxígeno. Al final, Protección Civil solo tuvo que ocuparse de las bombonas porque el hombre pudo salir por su propio pie de la vivienda antes de que acabara hecha escombros."
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