El fin de Penamoa está ya aquí, el resultado de un trabajo silencioso provido por este ayuntamiento, en solitario, con la única ayuda de la Xunta en forma de torpedeo y trabas varias; por fin se ve la luz, enhorabuena a Silvia Longueira que ha tenido que tragar sapos y culebras mientras hacía un trabajo difícil y soportaba los frenos de quienes desatendieron sus funciones, con el superdelegado Diego Calvo a la cabeza.
La noticia de La Voz:
"Una orden judicial permite el primer desalojo forzoso en el asentamiento.
Penamoa ya no es lo que era. Hace tres años, la actividad bullía en el asentamiento coruñés, en el que residían más de cien familias. Hoy, apenas resiste una veintena. Y es que desde que el Ayuntamiento lanzara un plan para desmantelar el poblado, convertido en supermercado de la droga, 79 familias decidieron adherirse al plan de integración y mudarse a una vivienda en otro punto de la ciudad o de los concellos de su entorno.
Por eso, la presencia de las palas ya no extraña a los pocos habitantes que aguantan en Penamoa. Ya han visto caer más de 140 chabolas, lo que, entre otras cosas, despejó el camino a la tercera ronda, la nueva circunvalación de la ciudad, que partió en dos el poblado. Aún así, cuando ayer la vieron aparecer de nuevo, los ánimos se caldearon. Porque era la primera vez que la pala venía acompañada de una orden judicial que forzaba el desalojo.
Jesús Rivero no quería abandonar la chabola donde residió durante décadas. Ahora lo hacía con su mujer y su hijo, de apenas siete años. Tras perder el litigio que lo enfrentó con el Ayuntamiento, a la puerta de su vivienda se presentaron ayer los funcionarios judiciales, para comunicarle el desahucio. Lo hicieron escoltados por seis patrullas de la Policía Nacional, porque Penamoa ya no es lo que era, pero sigue imponiendo.
Arropado por su madre y sus hermanos, Jesús se resistía a abandonar la chabola. Hubo gritos y amenazas, tanto para los funcionarios como para la concejala de Servicios Sociales, Silvia Longueira, que presenciaba la escena a una distancia prudencial.
«Vienen con los antidisturbios, hay miedo, hay miedo», repetía Jesús que, envalentonado, amenazaba con volver a levantar de inmediato otra chabola. Ahí se le acabó la paciencia a Manuel Rivero. De un golpe seco en el suelo con su bastón, el patriarca pacificó el lugar, conminando a la familia a abandonar la vivienda y facilitar el derribo. Los demás cumplieron de inmediato. En pocos minutos sacaron de la casa los pocos enseres que quedaban en ella, entre ellos muebles y neumáticos, y se montaron en una furgoneta en la que abandonaron Penamoa, facilitando la entrada de la pala. En apenas unos minutos, la estructura de madera y uralita quedó reducida a escombros. Unos escombros que seguirán allí hasta que caigan las chabolas restantes, todas ellas pendientes de orden judicial de derribo, para impedir que nadie vuelva a levantarlas.
«El final ya empezó»
A las quejas de los familiares de los desalojados, que criticaron que no se le ofreciera ninguna vivienda fuera del poblado, respondió Silvia Longueira. La concejala explicó que todas las familias que lo pidieron fueron incluidas en el plan de realojo, y que solo se dejó al margen a aquellos que, bien por no tener a sus hijos escolarizados, bien por estar relacionados con actividades delictivas, no cumplían los requisitos mínimos.
«Saben que el final ya empezó», argumentaba Longueira, que lamentó que la escena fuese contemplada por un menor, «pero con este plan hemos intentando que los niños que había en este poblado crezcan fuera de aquí». Explicó que durante estos años han denunciado a varias familias y pidió a la Xunta que ejerza sus competencias para proteger a los menores.
Penamoa está ya visto para sentencia. Tras el derribo de ayer, solo quedan 19 chabolas, de las que, según informaron en Servicios Sociales, dos ya están deshabitadas. Todas ellas, pendientes de una sentencia judicial. «El Ayuntamiento no tiene ya ningún poder sobre esto, ahora es trabajo de los jueces», zanjó Longueira."
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